Cuando un grupo se convierte en una secta se encierra y expulsa aliados. Los fanáticos y los alcahuetes se imponen sobre quienes piensan y dudan, el dogma sustituye a las ideas, el jefe ocupa el lugar del pensamiento, todo está más claro y también más pobre. Degradan la riqueza de las opiniones en la miseria de las reiteraciones, aplican un pensamiento común, dan explicaciones colectivas y acostumbran a repetir gestos y muletillas.
El fanatismo es enemigo de la duda, el que duda es siempre visto como un posible traidor y pensar no suele ser bienvenido, entonces ganan los peores.
En medio del fracaso abundan los recetarios que llaman la atención por su simplicidad o a veces por la manera en que ocultan los intereses que defienden. Hoy entre nosotros imperan dos poderes, los que manejan el Estado con todos sus seguidores y los que no son gobierno formal pero también imponen sus ideas desde sus medios, empresas y estructuras de poder. Dos grandes grupos cuyo origen es tan sólido en riquezas y dogmas como débil en propuestas.
Sin la vitalidad intelectual de los partidos políticos, sin intentar contener las necesidades de la sociedad y de aquellos capaces de elegir un rumbo, estos grupos se enriquecen con el empobrecimiento colectivo.
Carta Abierta se creó para apoyar a un gobierno, no para guiarlo sino solo para justificarlo, explicarlo, a cambio de ocupar el espacio que les corresponde según sus inquietudes, el de la “cultura”. Lograron imponer su oscura y fracasada mirada y cuestionar tradiciones para expandir el “progresismo”. Un importante grupo de pensadores cooptados por el poder de turno fueron acomodando sus opiniones cosa de no ser cuestionados o expulsados por rebeldía. Gente que nació para enfrentar al poder y terminó siendo obsecuente al mismo.
Cuba fue el principio, surgió como el sueño del socialismo para convertirse en la pesadilla del autoritarismo. En Europa los marxistas se habían enamorado de Stalin quien terminó siendo más asesino que el mismo Hitler. Muchos tomaban distancia lentamente, el socialismo se había convertido en autoritarismo, en algo más triste y nefasto que aquella sociedad capitalista cuya injusticia deseaban combatir. Y en esa historia se mezclaba todo, García Márquez y su amistad con Fidel Castro, la Alemania dividida y China que volvía al protagonismo, el Che Guevara y esa rebeldía que convocaba a la imitación del héroe trágico. Todos querían ser revolucionarios, ser reformista quedaba pobre, frustrante.
Decenas de miles de vidas entregadas sin otro sentido que la apuesta a un imposible y la imitación a un fracaso. Cuba quedó sostenida por el mito de la condena al aislamiento en manos de un imperio que nunca terminó de entender la vacuidad de su gesto. El exilio se afincó en Miami actuando en espejo, convirtiendo su devenir en la vanguardia del consumismo, de ese mundo de los que tenían todo como testimonio del absurdo sufrimiento de los que no tienen nada.
Menem inaugura el enamoramiento por Miami, Punta del Este les quedaba chica y demasiado cerca para huir de la mirada juzgadora de los curiosos. Miami sustituyendo a Europa, todo surge con la caída del muro. Los ricos deciden avanzar sin nadie que los juzgue y Fukuyama escribe sobre el fin de las ideologías, que en su pobre mirada implicaba el triunfo definitivo de los ricos sobre los pobres, la consagración de la injusticia como sistema.
Luego chocaríamos con nuestra miseria, hija dilecta de los “acuerdos de Washington”, achicar el Estado empresario para regalar poder e ingresar al Estado subsidiado, impedir la coima del burócrata multiplicando el robo privado y legalizado, para evitar la corrupción estatal iniciar el saqueo privado.
Y aparece Thomas Piketty para desnudar la concentración de la riqueza, esa enfermedad del mundo que a nosotros nos invadió como pandemia con más caídos que el mismo COVID y sin vacuna, o para ser más preciso, sin otra vacuna que la política ya apartada por los enriquecidos de turno que nos gobiernan, una complicidad que articula y favorece fuertemente al gobierno y a la oposición.
Ofrecieron la igualdad de “género” como placebo para olvidar la horrible desigualdad económica en la que nos quieren consolidar.
Del otro lado del “progresismo” del lenguaje inclusivo, asoma el poder de los Medios ofreciendo a un sicario intelectual como Loris Zanatta, personaje menor que libera la culpa de los bancos y de los enriquecidos a cambio de acusar al peronismo y al Santo Padre, como si ignoraran que esa desmesura de la deformación de la realidad sólo resulta viable convocando a la guerra civil.
Los fanatismos construyen trincheras desde donde se vuelve imposible la paz. La locura de los extremos se impone en ambos bandos, la esperanza se ubica en la cordura, virtud lejana y ausente en una sociedad donde los ricos defienden las instituciones y el gobierno la impunidad, en un escenario donde un pueblo ausente sabe de sobra que de esa guerra no tiene nada que esperar.
El Gobierno no es de izquierda, la oposición no genera esperanza, la política no devuelve el futuro porque solo se ocupa de sus propias necesidades.
Hasta el año setenta y cinco tuvimos un rumbo que nos aseguraba crecimiento e inserción en el mundo. Todas las fuerzas políticas hasta los golpes de Estado participaron de ese destino, luego vino la deuda y la desocupación, la idea del Estado mal administrador y el saqueo privado y desde entonces crecen en paralelo la deuda y la miseria. Cuarenta y cinco años de decadencia donde podemos discutir la intensidad de los errores sobre la ausencia de aciertos.
El kirchnerismo usurpó al peronismo para imponer un combo de pragmatismo de negocios con izquierdas fracasadas, mezcla oscura que amenaza llevarnos a experiencias de probada ineficiencia porque para nosotros hoy todavía el exilio es hijo de la desesperanza, en Cuba y Venezuela es resultado de la persecución.
Debilitar al gobierno es votar en libertad con gran amplitud de opciones, ayudar al peronismo a superar esta trampa patética de banderas y recuerdos en manos del enemigo. Estamos conducidos por dos partidos manejados por porteños, el PRO que solo llega hasta los barrios privados y el peronismo de Capital en manos de una deforme expresión sindical parasitando las derrotas. Ni la fuerza de las provincias, ni la energía de las industrias, ni la vitalidad agropecuaria encuentran su lugar en este amontonamiento de vicios citadinos. Necesitamos federalismo, educación y producción, todo eso en el marco de un recuperado patriotismo nos puede devolver la esperanza. La política está en manos de la peor burocracia, no se anima a debatir proyectos y se conforma con la limitación de las personas.
Si recuperamos una idea de futuro los apellidos serán secundarios, si carecemos de ese rumbo no servirán para evitar la decadencia. Solo el patriotismo nos puede devolver una imagen del porvenir, el resto es seguir recorriendo las variaciones sobre la pequeñez, hija dilecta de la codicia.
Por Julio Bárbaro